Antes de comenzar su vida pública, su predicación, Jesús
dedica cuarenta días a la oración y al ayuno.
Nos enseña así cuál es
la base firme e imprescindible de toda vida y de toda acción
apostólica: si queremos acercar a los demás a Dios tenemos que empezar, como Cristo, por la oración y el sacrificio.
Algunos piensan que lo más eficaz para atraer las almas a Dios
es hablar, convencer, disponer de muchos medios materiales... Se
equivocan, y tarde o temprano sufren la amargura del fracaso.
La
eficacia apostólica radica en la unión con Cristo. El apóstol más
eficaz será el que más unido esté a Cristo.
Por tanto, si quieres que se acerque a Dios aquella persona
amiga que no quiere saber nada, que parece perdida, lo primero que
has de hacer es rezar y ofrecer por ella horas de trabajo y pequeños
sacrificios.
Y luego, sin miedo, sin respetos humanos, habla con
ella a solas. Te sorprenderás muchas veces de la eficacia divina
No hay comentarios:
Publicar un comentario