Es una tentación frecuente poner nuestros intereses materiales
por delante de los bienes del espíritu. Tenemos que convencernos
de que lo más importante que hemos de hacer cada día es alimentar
nuestro espíritu con la oración.
Después viene todo lo
demás: las relaciones familiares y sociales, el trabajo, la comida, el
descanso, que sabremos convertir en ocasiones de agradar a Dios y
servir a los demás.
Algunos viven al revés. Su lema es: “primero yo”. Dios y los
demás quedan en un segundo lugar, cada vez más pequeño, porque
el yo tiende a ocuparlo todo.
Señor, que mi lema sea: primero Dios.
Ayúdame Señor a no dejar
nunca la oración, la conversación íntima contigo. Sólo así tendré después la fuerza
para ocuparme de hacer felices a los demás.
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