Dos niños, Emita y Roberto, estaban conversando. - ¿No es
cierto que es lindo que papito esté con nosotros esta noche? – decía Emita -
¡Ojalá que no fuese médico! Porque entonces podría estar en casa cada noche
-contestó Roberto. - ¿No te parece papá- dijo Emita, que está es una noche
apropiada para que nos cuentes una historia? -
Muy bien. . ¿ Qué clase de
historia quieren?- dijo el Dr. Mason dejando su diario de lado. -
Cuéntanos algo
de cuando eras niño y vivías en la granja, - dijo Roberto. -
¿Les conté alguna
vez cómo Dios cuidó a mi padre una noche de tormenta más o menos como ésta?- él
preguntó. -No; nunca nos lo contaste- dijo Emita, acercándose para compartir el
sillón con él. En cuanto a Roberto, se acostó en la alfombra delante de la
chimenea. Ambos niños permanecieron muy atentos, pues sabían que se trataba de
una historia interesante.
Mi padre era
médico rural- empezó diciendo el Dr. Mason.- Era muy amigo de todos los
habitantes de la comarca, y estaba siempre atareado. Tenía que recorrer los campos con su caballo
oscuro que ataba a un vehículo de asiento alto llamado sulky. El viejo caballo
era muy inteligente. A veces, cuando papá volvía a casa después de haber pasado
la mitad de la noche al lado de un enfermo, se dormía; pero su caballo siempre
lo traía a casa sano y salvo. Una
noche después de haber cerrado su consultorio, papá dijo: - Debo ir a la casa
de los Miller, pues el niño está enfermo. - Está lloviendo muy fuerte- dijo
mamá, - ¿Por qué no esperas hasta la mañana?- No, debo ir esta noche, pues
el niño necesita que lo atienda.- Uno de los trabajadores de la granja
enganchó el caballo al sulky, y lo trajo al portón. Papá se puso su impermeable
y sus botas de goma y encendió la linterna. Al abrirse la puerta, entró una
ráfaga de viento con lluvia, y era tremendo el ruido que hacia el agua al caer
sobre el techo. - ¿Llovía más fuerte que
esta noche? – preguntó Roberto. - Sí,
mucho más fuerte – contestó el Dr. Mason. Terribles relámpagos cruzaban el
cielo, y el trueno retumbaba en forma que infundía miedo. Nos quedamos frente a
la ventana mirando afuera en las tinieblas, preocupados por la suerte de papá. Los niños nos fuimos a la cama, pero mamá se
quedó levantada para esperar el regreso de papá. A la mañana siguiente, él no había regresado
todavía. Mamá llevaba una expresión animosa, pero sabíamos que estaba
preocupada. Brillaba el sol, y el mundo parecía haber sido lavado y limpiado.
Mientras estábamos desayunando, papá llegó
con su vehículo. Los perros salieron a su encuentro ladrando para darle la
bienvenida. El viejo Tomás, uno de los peones de la granja, se llevó el caballo
al cobertizo, donde lo desenganchó y le dio su desayuno de heno y
avena. Todos corrimos a la puerta para recibir a papá. Yo me encargué de su
abrigo y de su sombrero para llevarlos a la percha. Cuando se sentó a la mesa,
dijo: Me fue bastante mal anoche con
la tormenta; estoy ciertamente contento de hallarme sano y salvo en casa. Mientras mamá se apresuraba a servir el
desayuno, preguntó: - ¿Cómo está el niño?.- Cuéntanos lo que pasó – pedimos todos a coro.–
El niño estaba muy
enfermo – contestó papá, - pero ahora esta fuera de peligro. La tormenta fue la
peor que haya visto. Era tan oscuro que no podía ver a medio metro de
distancia, y la lluvia descendía a torrentes. No había nadie en el
camino.Yo sabía que el río podía
desbordar, pero pensé que podía cruzar el puente yendo lentamente. Cuando
llegamos al viejo puente de madera, el caballo se detuvo. Le insté a que
adelantara, pero se negó a moverse. Me bajé del sulky, le hablé y le acaricié
la cabeza. Restregó su nariz contra mis manos, pero no quiso moverse una
pulgada. De manera que no me quedó
otro remedio que dar vuelta a la izquierda y dirigirme hacia el nuevo puente de
cemento que quedaba como quince kilómetros fuera de mi camino. Para gran alivio
mío, el caballo cruzó ese puente sin vacilación. No podía comprender el proceder del caballo
hasta esta mañana, cuando supe que el viejo puente había sido arrastrado anoche
por la creciente. Si el caballo hubiese seguido adelante como yo quería, nos
habríamos ahogado. De manera que estoy agradecido a nuestro Padre celestial por
su cuidado, y muy contento de que el viejo caballo no quiso seguir
adelante. Ese fué un día feliz para
nuestra familia. En el culto matutino, cada uno elevó una oración de gracias a
Dios por haber traído a papá sano y salvo.- Me gusta esta historia, papito-
dijo Emita, cuyos ojos brillaban. -A mí también me gustó – exclamó Roberto.- Me
hace acordar de uno de los versículos que más me gusta en la Biblia. - ¿Qué
versículo es?- preguntó el Dr.Mason Roberto contestó: Pues que a sus ángeles
mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos. Creo que el ángel
custodio que acompañaba a abuelito lo guardó aquella noche, ¿no te parece,
papito? - Estoy seguro de que fue así, hijo- contestó el Dr.Mason
No hay comentarios:
Publicar un comentario